martes, 19 de octubre de 2010

La historia del útero invadido por un hijo

En el living-comedor del departamento de Patricia Sandoval, profesora de ciencias y biología en un colegio de Ñuñoa,se distinguen un par de sillones, una mesa de centro, la mesa del comedor con sus sillas, y un coche azul con un niño en su interior que mira en el televisor los dibujos de algún canal infantil. De la noche a la mañana la mamá de dos hijos se había convertido en la abuela de un niño inesperado por todos sus familiares, especialmente por Daniela, su madre, hija mayor de la profesora.
Se ve tranquila. Vestida de jeans, polera blanca y un chaleco rosado, está sentada en el comedor del departamento, tiene una taza de té en la mano derecha y en la otra una cuchara con la que lo revuelve de vez en cuando. Las palabras salen de su boca con total normalidad.
Daniela conoció a su primer pololo en el colegio particular donde va con su hermano, el mismo donde hace clases su mamá desde hace más de diez años. Tras una relación de aproximadamente tres meses, la presión de sus amigas para iniciarse en la vida sexual la impulsaron a perder su virginidad a los 14 años con Daniel, su pareja, quien en ese entonces tenía 13. De la historia de esa noche, la joven solo recuerda que no usó protección, con lo que instintivamente mira a Matías, su hijo de seis meses.


Una niña (casi) perfecta
“Yo siempre fui una alumna ejemplar, la primera del curso, la más reconocida y también muy querida por todos, pero no porque mi mamá fuera profe, sino porque tenía buenas notas y era responsable” – Dice Daniela mientras juega con la cuchara.
Estudia en el Colegio Universitario el Salvador desde el 2001, un colegio privado perteneciente a las Religiosas Pasionistas de Irlanda que se distingue por formar personas con un perfil valórico acorde a una serie de características del “hombre pasionista”, como son la solidaridad, el respeto, etc.
Conocida por gran parte del alumnado y los profesores de la institución, la “mini Paty”, apodada de esa manera por el importante parecido que tenía con su mamá, creció siendo muy exigente en sus estudios y actividades extracurriculares. Ya para el 2009, Daniela era scout, jugaba en el equipo de basketball, era monitora de catequesis y pertenecía al centro de estudiantes. Su semana se reducía a solo dos días libres: martes y domingo, días que usaba para descansar o estudiar. Llegaba generalmente tarde, incluso más tarde que su mamáDaniel era un amigo cercano que iba un curso más abajo. También era un estudiante destacado y “canapé” (participaba de los eventos del colegio), y fue en esas actividades que se fueron conociendo. Empezaron a pololear a principio del 2009. Todos sus conocidos los caracterizaron como la pareja perfecta. “Decían que éramos el uno para el otro. Siempre nos habían molestado, pero era todo un juego al principio.” dice Daniela.Visto por la Dani como una cosa de niños, la relación empezó a ponerse seria cuando sus amigas insistían en que intentara, diera un paso más, pasara a tercera base, “lo hiciera”… en definitiva, que tuviera su primera relación sexual con Daniel, cosa que sucedió, por curiosidad y una mala pasada de las hormonas, según Daniela. Unas semanas después ella sentía que algo andaba mal.

¡Un, dos, tres por Matías!
Un día de abril mientras estaba toda su familia en el living donde ella cuenta su historia, Daniela se hace el test de embarazo que compró una de sus amigas hace unos días. Después de tanto miedo e incertidumbre, su única y gran pregunta tendría respuesta.
“Una se conoce, sabe cuándo está pasando algo, solo que no quería asumirlo, no quería saber que sí, que estaba embarazada. ¿Qué iba a hacer? Tenía 14 años” – Dice mientras mira con ojos resignados los restos de té en su taza.
Instintivamente tomó su celular y llamó a Daniel. La conversación duró cerca de tres minutos, quedaron de hablar al otro día con más calma y cuando esto pasó decidieron no decirle a nadie, intentarían solucionarlo solos. Una de las salidas que se propusieron era irse lejos, vivir en alguna parte de Chile, ojala al sur, muy lejos de la vida que llevaban en Santiago. Después pensaron que irse al sur era muy arriesgado y pensaron en vivir juntos en Santiago, pero sin que sus padres supieran. Ella con 14 y él con 13 años estaban decidiendo formar una especie de familia, y establecerse como tal en algún lugar del mundo que no tenían presupuestado. Lo más importante del plan era que nadie, nadie se podía enterar, en especial Patricia.
Los siguientes meses fueron “algo muy parecido al infierno” dice Daniela. Con el pasar de los años desde su infancia, había cultivado una admiración hacia su madre, y la había convertido en un modelo a seguir. Ella es muy exigente consigo misma, con sus alumnos y con sus hijos, lo que transformó a la joven en una persona intolerante al fracaso. Sintiendo que esta era su mayor frustración, Daniela decidió sepultarla todo el tiempo que fuera necesario. Sentía mucho miedo de decirle a su mamá. “Nunca pensé que me iba a echar, pero es cierto que nunca supe qué pensar. Preferí no decir nada, así me ahorraba muchas cosas, y no quería que mi mamá me sacara de todo lo que hacía en el colegio” dice la joven.
Así vivió seis meses de su embarazo. Como no se le notaba la guata, no levantó sospechas. Llegaba muy tarde y pasaba directo a su pieza, estudiaba casi todo el día que se quedaba en la casa. Su teoría era que si bajaba las notas todos se iban a dar cuenta de que algo pasaba y era justamente lo que no quería que pasara. Hasta el día de hoy se pregunta cómo, con tanta presión, terminó el año con promedio 6,2.
Pasados los meses la angustia era tal que el apoyo que le habían dado sus amigas no daba a basto y por necesidad tuvo que enfrentarse a su madre. Pero no fue ella quien le dijo.


De niña a mujer: Madre adolescente
Daniela, atormentada por el miedo que había crecido alrededor de su madre, había tomado la decisión de hablar con uno de sus tíos, un hermano de Patricia. No era el más cercano, pero sí con el que tenía más confianza. Entre los dos arreglaron esperar que pasaran las fiestas de diciembre, para no entorpecer las alegrías de la familia. Cuando llegó el día, se reunieron todos los tíos de Daniela en su casa, ella había salido, nadie sabía como reaccionaría su madre, todos esperaban lo peor.
“Increíblemente mi mamá me apoyó mucho más de lo que cualquiera pensó. Yo me repetía todos los días que me iba a matar, pero es hasta gracioso todo lo que me entendía y lo poco enojada que estaba. Más que nada estaba frustrada, sentía que había hecho algo mal. Así nos sentimos todos como por un mes” – Comenta Daniela.
Ahí recién empezó su embarazo que duró tres meses. El 29 de marzo nació Matías, su hijo, cuando ella tenía ya 15 años. A pesar de que todos los procedimientos habían salido según lo pronosticado, la joven tenía problemas para aceptarlo.
“Para mi el Mati era una cosa, no era mío, era una cosa que yo tenía que cuidar, pero no quería, ni siquiera quería darle pecho. Ahora eso ya no me pasa” dice Daniela con un tono de impresión.

Del mismo modo en que se fue modificando el cuerpo de la joven adolescente al adaptarse al feto que crecía en su interior, es que fue cambiando el espacio exterior de la misma. De un momento a otro se vio invadida por un sentimiento de pérdida, donde eran sus libertades las que estaba sacrificando junto con su propio espacio. Su pieza y entorno pasaron de ser un lugar como cualquier otro, a ser los lugares de una madre adolescente donde conviven cuadernos, libros con pañales y juguetes. Aunque esto puede sonar incluso aterrador, principalmente a las madres solteras que ha vivido parte de la experiencia, Daniela es feliz con su hijo, y no concibe la vida sin él. Ella ahora se reconoce como dos y no una.

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