miércoles, 9 de octubre de 2013

Cuando se fue

Desperté ese día, cuando las cosas ya habían cambiado y sentí como el vacío llenaba de lado a lado mi habitación. En mis dientes anidé la melancolía que no pude comunicarle y paso a paso dejé que las cuerdas se fueran adelgazando hasta cortarse. La distancia se hacía cada segundo más pesada hasta que sus pupilas significaron un dolor tan grande que preferí dejar de mirarlas.
Desperté y el techo seguía siendo blanco, las paredes seguían siendo moradas, pero ella ya no estaba ahí. Nunca había estado en realidad. Quizás un día descubramos por qué yo no estaba hecha para estar con ella, porqué la quise y la quería y ella hacía que mi cuerpo tronara al ritmo de las orquestas en París. Pero París estaba demasiado lejos y ella y yo demasiado, y cuando digo demasiado quiero decir realmente demasiado cerca.
No desperté. No me movía. Ella ya no existía y en mi el vacío se hacía pleno. Había estado conmigo durante tantos segundos en mi vida que me costaba pensar en que ya no estabas ahí, pero los fantasmas se habían llevado su cuerpo y se habían tragado toda su felicidad.
Por mi rostro caían las palabras que no me esforcé por decirle, esas que se ahogaron entre la impotencia de verla llorar, y frente a mis ojos se escribía esta historia que estaba a punto de terminar.
Me levanté y deseé no verla más, nunca, nunca más. En todas partes podía sentirla, podía recordarla, podía pensarla, porque ella estaba presente en mis secretos, en mis caídas y en los cientos de vuelos que emprendí una y otra vez.
Ordené sus cosas, las junté y las guardé en dos maletas. Guardé ahí los recuerdo, los silencios. Guardé los abrazos y todas esas cosas que ella ya había olvidado y cuando salí las dejé en la puerta, por si un día las viene a buscar.
Yo la espero todos los días un poquito, a ver si deja la cobardía de lado y viene a abrazarme como lo hacía antes. Espero a que pregunte cómo estoy antes que yo, que tenga los cojones de pensar para ella, que vea que sigo aquí, no me he ido y no me iría. No me iré.
Pero hoy no vuelvas, porque no estoy.

Moriremos congelados.

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