La calle se trasforma en un laberinto de estrechos pasillos. Cruzar la puerta significa entrar a un mundo nuevo. A lo lejos se escucha un cuchillo eléctrico que corta carne, se mezcla con las voces entrelazadas que van y vienen: “¿Qué busca, dama? Desayunito le tengo de todo. Ajiaco, churrasco, completo, queso jamón, queso solo. Usted mande”.
Se mezclan los colores, se mezclan los olores. La tierra escondida entre las papas sale al encuentro de las manzanas rojas del puesto vecino. Naranjas y piñas se imaginan en un mismo plato, junto con tomates, paltas y pepinillos. El barro que hace de suelo recibe las hojas oxidadas de unas lechugas, fruta podrida, papeles, bolsas y cajas.
Entre dos pescaderías, al final del pasillo está Carmen. En su mesa hay un par de frutas: manzanas, paltas, peras y tomates. En la caja junto a las lechugas descansa un gato beige que mueve las orejas a cada sonido. Carmen teje, viste un delantal blanco con pequeñas flores rosadas y una blonda en la orilla del bolsillo. Su pelo blanquecino se mueve con el vaivén del viento. El gato mueve sus orejas y levanta la cabeza. Mira hacia la derecha.
- ¡Hola señora Carmen! –Carmen deja el tejido. Mira a través de sus lentes con el ceño fruncido, sonríe y responde.
- ¡Buenos días José!
El mulato se aleja del puesto de Carmen. Usa zapatillas negras y su pantalón beige tiene la vasta embarrada y una mancha negra en las piernas. Su parka celeste contrasta con el color de su piel muy parecido al barro. Las canas suben por sus patillas en cada rizo que se forma en su cabeza y en su mano izquierda tiene una bolsa con dulces. Se mueve con destreza por los pasillos, parece que los conoce de memoria. Mira, camina y grita.
- ¡Dos en cien Killates, los Killates! ¡Dos en cien, son dos en cien!
- ¡Don José! ¿Cómo anda la cosa? –Le pregunta un hombre blanco que pasea un carro.
- Malaza, malaza… ¿No me quiere comprar uste’ un dulcecito?
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