lunes, 29 de febrero de 2016

Nunca he probado los arándanos.
Ni las berenjenas.

Ni la tristeza de verte ir.

viernes, 12 de febrero de 2016

Tengo un recuerdo atascado en unas canciones que no puedo descifrar. No sé de dónde viene ni cómo se siente. Estoy segura de que no quiere nadie enterarse de esto, pero escucho una y otra vez las canciones que se mezclan con mi angustia y mi felicidad y simplemente no puedo pensar qué será.

Cuál es el recuerdo que no quiero traer de vuelta. Cuánta pena tuve el día que escuché estas canciones. Cómo desarmé mi vida mientras canté.


lunes, 1 de febrero de 2016

Carruseles

Siempre se trata de hablar de otros y hace tiempo escribí sobre Clara y Gabriel.



Se va dibujando la carretera larga y monótona con el andar de las cuatro ruedas. De cada vuelta brota tinta que dibuja un camino perfecto. Como un pulpo. Cada vuelta de las ruedas feas y ya usadas era un pasito para el final feliz que se venían dibujando hace años.

Gabriel era un tipo común y corriente, muy normal, nada especial. Quiso escribir y nunca lo hizo, quiso viajar y se quedó, quiso un perro toda su vida; tiene un gato blanco. Le limpia la arena día por medio y duerme abrazado a él. Lo encontró en una caja cerca de la plaza Yungay. Salió con alguien y se perdió por ahí. Eran las 8 de la mañana y escuchó unos maullidos cerca del paradero. Tomó uno de los cinco gatos y pensó “Y ahora qué nombre le pongo a esta cosa”, pero se lo llevó y lo quiso. Lo quiere.

Maneja concentrado en la ruta. Odia que los lentes le resbalen por la nariz. Odia aún más los lentes de contacto, por eso usa estos que casi no pesan, pero sí se caen. Son café. Café y celeste. Se muere de ganas de escuchar algo de música pero Clara duerme y él maneja mientras el paisaje no cambia. De vez en cuando piensa en cómo sería tener un accidente. Algo trágico y fatal con algunos muertos y muchos heridos. Ser protagonista y que la gente lo vea y así todos quienes lo odiaron alguna vez sentirían remordimiento. Quizá esa sería la única manera de que su papá le volviera a hablar. De vez en cuando piensa en algún terremoto, o un temblor fuerte, o el fin del mundo. Cualquiera parece ser mejor opción que nada. Piensa en lo bien que se sentiría si alguien llamase para preguntar por él y por el gato que aún no tiene nombre. Le maulla para llamarlo. Según Gabriel, es su superpoder. El accidente trágico que piensa es solo para saber qué pasaría si no estuviera y darse cuenta de que en realidad todo seguiría igual.

Para en el camino porque tiene que ir al baño. A Clara le cargan los hombres que mean en la calle. Le carga, principalemente, porque ella no lo puede hacer. Estuvo a punto de comprarse una cosa de silicona que le permitía hacerlo de pie. No lo hizo. No lo haría. Se queda con las risas que le dan los hombres pegados a los árboles y las paredes pensando que nadie los ve, en especial aquellos que se les ve el culo mientras mean. Qué asco, piensa.

Ellos no están juntos. Estuvieron juntos hace años pero no se aguantaban. Aun no lo hacen. Trabajan juntos en un laboratorio fotográfico de providencia. Se van todos los días juntos en micro o taxi. Nunca, jamás de los jamases, se irían en bicicleta. Clara las odia. Tiene una guardada con las ruedas desinfladas y la pata mala, pero no la volvería a usar. 

Todos sus amigos creen que se aman. Lo cierto es que el secreto no es ese, porque ese ya todos los saben. El secreto es que también se odian. Por eso no están juntos, pero no se separan. Son vecinos en el mismo piso del mismo edificio. Compran juntos, salen juntos, a veces coquetean, se comen y tiran, pero no están juntos.
Ese era el problema de trabajar. Gabriel se aburría de estar siempre haciendo lo mismo, por eso ha tenido muchos trabajos. Pero desde que trabaja con Clara putea y despotrica todo el día, pero es feliz, a fin de cuentas. Es una pega estable, se va con ella y vuelve con ella. Cuando pelean se hacen la ley del hielo por unos días y todo vuelve a la normalidad. Oye, vamos por un café? le pregunta él. Yo no tomo café, deja de hablarme. Pero te tinca un chocolate caliente? Un submarino y medialunas, ya poh, vamos. Ya bueno, pero déjame trabajar tranquila, no me hables hasta las cinco.


El problema de trabajar era que no le gustaba. A él le gustaba Clara y esa era la única razón. Y a Clara le gustaba la plata y el guardia que abría las oficinas en la mañana. También le gustaba Gabriel, pero ella es misionera del amor libre e intentaba evangelizar al mundo. Al final todos creían que estaba loca o que era puta. Ella sabía que no y él la quería así.



martes, 17 de noviembre de 2015

Si miro atrás

La última persona que entró a este blog fui yo mismas hace unos días. Estaba buscando-me. Esperaba encontrar entre tantas letras algún signo, por muy infimo que fuere, de aquella persona que he sido, que había sido hasta unos años.
No lo encontré porque ya no existe. Y cuán orgullosa me siento de eso, ahora que lo pienso. Revisé entradas de hace un año, tres años, cinco años. Y siento que crecí. No de estatura, pero no es algo que me imoprte. crecí y me veo siendo tonta, sintiéndome como una estúpida, pensado que lo soy y sin hacer nada al respecto.
Me veo siendo infantil e hiriendo a otras personas. Me veo siendo herida y no decirle a nadie. Me veo y no entiendo nada.
Qué tonta.

No tengo certeza de que alguien te venga a leer, Macarena. Espero que no.
Te pido disculpas y te disculpo y con eso me desligo del pasado. Mi presente está muy llenito de amor, felicidad y honestidad como para hacerle a un lado.


lunes, 17 de febrero de 2014

Mi segunda vez

Me pesan los respiros, me pesa la ropa, me pesa el pelo, me pesa el cuerpo.
Me escondo.
Me pierdo, pierdo, no gano, no encuentro, pienso, me pienso.
Me pesan los ojos, me pesan los pensamientos, me pesa la vida, me peso.
Me pesa el sueño que no logro conciliar hace tres días.
Sueño.


martes, 29 de octubre de 2013

Carta abierta a nadie.

Estimados terrícolas:

Se me está cayendo el mundo encima. 

Fin del comunicado. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Cuando se fue

Desperté ese día, cuando las cosas ya habían cambiado y sentí como el vacío llenaba de lado a lado mi habitación. En mis dientes anidé la melancolía que no pude comunicarle y paso a paso dejé que las cuerdas se fueran adelgazando hasta cortarse. La distancia se hacía cada segundo más pesada hasta que sus pupilas significaron un dolor tan grande que preferí dejar de mirarlas.
Desperté y el techo seguía siendo blanco, las paredes seguían siendo moradas, pero ella ya no estaba ahí. Nunca había estado en realidad. Quizás un día descubramos por qué yo no estaba hecha para estar con ella, porqué la quise y la quería y ella hacía que mi cuerpo tronara al ritmo de las orquestas en París. Pero París estaba demasiado lejos y ella y yo demasiado, y cuando digo demasiado quiero decir realmente demasiado cerca.
No desperté. No me movía. Ella ya no existía y en mi el vacío se hacía pleno. Había estado conmigo durante tantos segundos en mi vida que me costaba pensar en que ya no estabas ahí, pero los fantasmas se habían llevado su cuerpo y se habían tragado toda su felicidad.
Por mi rostro caían las palabras que no me esforcé por decirle, esas que se ahogaron entre la impotencia de verla llorar, y frente a mis ojos se escribía esta historia que estaba a punto de terminar.
Me levanté y deseé no verla más, nunca, nunca más. En todas partes podía sentirla, podía recordarla, podía pensarla, porque ella estaba presente en mis secretos, en mis caídas y en los cientos de vuelos que emprendí una y otra vez.
Ordené sus cosas, las junté y las guardé en dos maletas. Guardé ahí los recuerdo, los silencios. Guardé los abrazos y todas esas cosas que ella ya había olvidado y cuando salí las dejé en la puerta, por si un día las viene a buscar.
Yo la espero todos los días un poquito, a ver si deja la cobardía de lado y viene a abrazarme como lo hacía antes. Espero a que pregunte cómo estoy antes que yo, que tenga los cojones de pensar para ella, que vea que sigo aquí, no me he ido y no me iría. No me iré.
Pero hoy no vuelvas, porque no estoy.

Moriremos congelados.