viernes, 3 de junio de 2011

Una coma entre tanto mar

Sus manos juegan con la arena fría que se le mezcla entre los dedos. El oleaje hace un eco en la cuenca de su oído derecho, mientras el izquierdo intenta escuchar la profundidad de la tierra. Gira la cabeza en dirección al cielo y el sol encandila sus pupilas con la mañana. Se sienta e intenta mirar el infinito, pero a su alrededor solo hay arena. Húmeda y fría arena, compañera en esa noche que todavía no prueba recordar. Su mano derecha sube hasta su cara y la despeja del pelo que descansa en ella. Sube la otra, masajea sus sienes y piensa. Se escucha la respiración que rebota suave con las palmas de sus manos, se escuchan las olas, se escucha el viento del mar, mas ella no logra recordar cómo llegó hasta ahí.


La sorprende un inexplicable dolor de cabeza que se instala entre ceja y ceja. La puntada y el sol hacen un pacto y ella ve como su paz vuela entre las nubes y el cielo eterno. Se levanta del suelo y ahora en los pliegues de su ropa podría construir castillos si quisiera. Mira hacia sus pies y los ve descalzos, los hunde y los siente fríos. Los examina con los ojos, se mira las manos y las sacude con su ropa. Quiere caminar, pero el sol no la deja levantar la mirada. Con la mano izquierda hace sombra en sus ojos que miran directo hacia sus pies y ellos avanzan, uno tras otro, en dirección al muelle.

La ropa es la misma del día anterior, la cara, las manos y el pelo. Camina por la orilla del mar hasta que, sin aviso ni clemencia, la ataca un recuerdo borroso y ruidoso. Con los ojos cerrados se ve sentada con las piernas cruzadas, un cigarro en su derecha y las carcajadas que golpean el tímpano y colisiona en su cabeza. Abre los ojos y trata de recordar. Busca en sus bolsillos alguna señal de la noche anterior, pero ni cigarros ni carcajadas guarda en ellos, solo arena sucia y fría.

Sigue caminando, ahora en dirección contraria, hacia donde ella había despertado minutos atrás cuando otro irrespetuoso recuerdo la acecha. Con las manos en el rostro escucha una guitarra y un canto en cámara lenta. Las luces hacen líneas luminosas en su cabeza, serpientes brillantes que la ciega en su ceguera. Hasta ahí el recuerdo. La arena y el mar eran inmensos y el cielo con sus nubes no hacen más grande su existencia.

Se detiene y se acerca al mar. Humedece los pies en la arena que el sol no ha sabido secar. Sigue caminando hasta que el mar le inunda las rodillas y mira el horizonte. Claro y luminoso deja un pero entre su continuidad, una coma entre tanta agua, una mancha que se menea con el vaivén de las olas. Mientras mira otro recuerdo la ciega y ensordece. Esta Magdalena, su hermana, sonriente y coquetea. A su lado un hombre, pirata, marinero, pescador… No tiene idea, un hombre vestido de hombre. Y atado al muelle una balsa. Abre los ojos y mira hacia el muelle, hacia donde está saliendo el sol. Pero no hay balsa, solo puntadas en su cabeza y risitas entre ella y el sol.

Corre dentro del mar, la sal desprende la arena que se había escondido, su ropa se moja de abajo hacia arriba, las puntas de su pelo sucio se humedecen y se salan. La coma no se mueve más que hacia los lados, ella mueve sus brazos encerrados en la ropa mojada, desesperada traga agua, patalea lo más fuerte que puede. La coma se acerca, ella solo piensa en su hermana y le ruega a los dioses que esté en esa balsa.

La quietud del mar inmenso se revolotea con su chapoteo. El sol revota en la superficie y como un espejo ilumina la mañana dos veces más de lo normal. Ella nada, patalea, respira ente el jadeo, traga agua y la bota, tose de vez en cuando y justo cuando sus brazos empezaban a acalambrarse llega hasta la balsa.

La embarcación de madera que flota al final del infinito lleva a su hermana dormida. Recostada boca arriba, con el pelo goteando agua y sal, las manos y los pies arrugados, la boca entreabierta y los ojos cerrados. El sol roza la piel blanca de Magdalena y el frío le eriza cada centímetro de sí.

Ella sube hasta el armatoste hueco de madera y respira mientras intenta reanimar a su hermana. La toma de la cabeza, la mira, la llama, le grita, la mueve… El sol sigue su movimiento oblicuo en torno a la tierra y ella con el hálito perdido detiene su mundo para respirar. Comienzan a cerrársele los ojos, pierde la fuerza. Se está cayendo. Mira al sol y la puntada vuelve, el dolor se hace gigantesco y cae.

Junto a Magdalena ella no se mueve. Una boca abajo y la otra boca arriba, el sol acaricia su piel mientras el viento eriza sus milimétricos poros. Y la coma se balancea con el viento y el vaivén de las olas.



Macarena Nieto Ramírez

1 comentario:

ente exacto! dijo...

oh!... murió la hermana? o solo se durmió??

wm está muy bueno... en verdad te pasaste!!

felicitaciones mi amor...

ismael algo hizo allí!


te amo!