domingo, 8 de marzo de 2009

. Alberto Fuget .

Me llena de odio, de inseguridad, de felicidad, de paz, de calma, de desconsuelo, de miseria... Eso es...
Me siento una miseria y una triste hormiga en este trágico mundo de guerras.

Tanto blah blah me agota. Me siento mísera de no poder ver lo simple que es la vida, como lo hace él.
Qusiera dármelas de bateador y reventar las ampolletas de mi casa, quedar sin luz y descubrir una vida de campo.

Esa era mi imagen mientras leía "Mala Onda" a la luz del sol en el Parque Intercomunal.
En cámara lenta me imaginaba como un palo de golf era convertido místicamente en un bat de béisbol, y con la mano derecha arriba, la izquierda abajo y los pies en una estudiada separación, uno delante del otro [casi muy similar a la empleada por el levantador en un partido de vóleibol], y un golpe directo en la mitad de una ampolleta de qué-se-yo cuántos watz. A medio cuadro, el talón derecho se levanta y el golpe cae fuerte. Directo. Preciso en medio de la insignia que ni me preocupé de leer. El sonido que me cae como anillo al dedo se expande en mis hormonas y me exita.
No pude mirar, en mi interior sudaba ansias de reventar el vidrio aglobado, pero tuve miedo, y como buena cobarde cerré los ojos y sude frío por todas partes. El bate se volvía moldeable en la mejor de mis cobardías, y mis brazos se debilitaban. Pero nada pareció detenerme y en una escena repetida desde varios angulos, vi cómo se reventaba el vidrio, escuché el sonido, y sentí como cada parte se desprendía de la otra y soltaba un polvillo blanco que se diluía en el aire sin llegar al suelo.

La imagen mental duró diez minutos en mi cabeza, aunque la realidad duraría una triste y solitaria fracción de segundo [que seguramente sería una gran pérdida de tiempo].


Impotencia y miseria.
Pero no puedo dejar de leer.

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