Escuché la escalera mientras tragaba la sal de mi ojos, después vino el portazo. Desde la ventana solo podía ver su silueta caminar en dirección contraria a todo lo que yo había pensado, ya no importaba cuánto corriera hasta su cintura... ella no volvería.
Aún así tomé el poco polvo de hadas que había dejado sobre el velador y partí casi pisando su sombra. Estaba nublado, o eso creí. El frío calaba mis huesos, mi piel sentía quebrarse, el vapor que emanaba mi boca se congelaba al contacto con mi nariz, pero no podía dejarla ir tan fácil, ya lo había hecho una vez.
Corrí, corrí tras ella, tenía su olor en mi nariz, sentía el calor de sus manos.
Juro que lo intenté, juro que corrí hasta que no pude más, juro que corría como nunca antes... mas sus suspiros ya se habían desvanecido y sus ojos veían colores que ya no podía ver.
Mis lágrimas habían dejado marcas en mi rostro, mis ojos se habían hinchado, mis manos se congelaban. Ya no corría. Caminé camino a su casa. Caminé sin destino.
Caminé pensando en su sonrisa que hace un par de horas había dejado de ver. Campanita ya no brillaba, Peter Pan había crecido y la historia parecía perder la magia.
Caminé con Junio en la espalda y la Luna en la cabeza. Conversé con Venus y Afrodita dijo que era un imbécil. Me senté con Ares, maldecí a Mateo, escupí a Pinochet, besé a Obama, me reí de Marilyn, bailé con los Jackson 5, y cuando por fin veía el rostro de un hombre que había mandado a la mierda lo que parecía ser la única señal de la Cruz del Sur, en un pequeño charco de agua, salté, patalié, grité, lloré, perdí la cordura, la paciencia, la virginidad. Perdí mis preciados polvos de hada. Y Junio se rió de mi... Una vez más.
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