El colegio era fácil, hay que admitirlo. Te entregaban un horario y no tenías a quién alegar por salir a las cinco un día. Te asignaban los profesores, la ropa, la comida, el peinado y finalmente tu vida era manejada por la minoría supuestamente pensante que, por amor al arte, estudiaron 4 años de “pegajodía”. Usabas la misma sala todo el día, todos los días, era el profesor quien llegaba a ti y en cada curso había un grupo de “choros” que no hacían caso a nadie, ponían los pies sobre la mesa y no entraban a clases, las “minas” (actualmente catalogadas de Pelolais) que tienen notas ahí nomás, se pintan las uñas y se alisan el pelo, los “mateos” que se portan bien, hacen las tareas y no siguen a los rebelde y los líderes que van a la cabecera de cada estupidez del curso. Entre los últimos estaba yo: una alumna promedio que ocupaba su tiempo en hacer el ridículo, planear cimarras masivas y evitar pensar en el futuro más allá de cuarto medio. Para todo el resto del mundo existía un plan. El mateo hijo de médicos con seis hermanos: medicina. La morena, hermana perdida de Pocahontas, flaca, mediana, inteligente, y súper cotizada: enfermería. El mateo amante de la historia y típico presidente de la directiva: derecho. La niña linda y rubia pro social y amante del pueblo: psicología. Y para mi… un camino perdido que llega a NuncaJamás. No somos pocos los que nos identificamos con Peter Pan y nos encantaría tener un séquito de niños perdidos que hagan y deshagan mientras Campanita nos cuida la espalda. Pero los cuento de hadas están demasiado lejos de la teoría de la comunicación. El miedo a crecer no es más que miedo a la incertidumbre de empezar algo de cero. Gente nueva, ropa nueva, información nueva, un espacio nuevo, decisiones nuevas. Da lo mismo qué hagas con tu vida, el problema aparece cuando no sabes qué hacer y mientras los amigos que conoces hace doce años se van a ser alguien en la vida, tú te quedas parado en medio de la nada balanceándote hacia delante y atrás. Y cuando digo tú, me refiero a mí.
Noqueada por segunda vez Es complicado elegir tu carrera teniendo 18 años (recién cumplidos), tantas capacidades (según mi mamá), y tan malas notas (según mi NEM). A estas alturas de la vida no es difícil entrar a la universidad mientras tengas un poco de plata o seas un genio. Ni la una ni la otra, yo simplemente no quería. La primera vez que di la PSU me inscribí en una comuna que no era la mía, le prohibí a mi mamá irme a dejar y me quedé dormida en historia. Resultado: Preuniversitario. Mi sueño de vencer los esquemas del mundo, estudiar Pedagogía en música y la típica frase “seré pobre, pero pobre feliz” se reían de mi mientras me hacía la fuerte. La segunda vez ya había mandado todo muy, muy lejos. Había hecho la pre-postulación a una carrera que no me gustaba pero que, según el mundo, “yo tenía dedos para el piano” en una universidad privada (mientras el inconciente colectivo sigue pensando que privado es igual a mediocre). Y cuando el día llegó la futurofobia se hizo presente. Habría caminado de espaldas, pero posiblemente me rompía un pie. Llegué tarde porque no quería llegar temprano. Caminé y me apoyé en un pilar mientras hacía como que leía los papeles dentro de la carpeta. De mi cuello colgaba un cartel imaginario: “MECHONA”. Y mientras daba los primeros pasos hacia la posible cesantía dije mis primeras palabras: Holi, toy soli. Es imposible tratar de describir la cara de mis compañeros. Peter Pan es un personaje de cuentos que identifica a muchos de nosotros, pero, mientras el miedo no te paralice, llegarás a NuncaJamás sin que Garfio te atrape en el camino. De nuevo, cuando hablo de ti, en realidad hablo de mí.
No eres parte de mi historia cariño... porque nunca estuviste ahí. Con amor. Maca <3
Cuando te enamoras... cagaste. Así de simple.
Todo empieza un lindo día de primavera cuando decides, en dos segundos, levantarte y salir corriendo para conocer a un par de personas.
Con una muela menos mi cuerpo se volvió aerodinámico y volví a sentir esa magnífica melodía que me hace volar por los aires y transforma todo en un pastel de crema.
Mi pies se despegaron del suelo como hace tanto no lo hacían. Mis manos se encontraron a la altura de mi ombligo y jugueteaban para que mis rodillas dejasen de temblar. Mis ojos buscaban esos ojos almendrados bicolores que se asemejaban a los fuegos artificiales desteyantes que habías en mi estómago. El juego era saber quién era, el juego estaba en descubrir en medio del espacio una nueva luna, más grande y más brillante, un nuevo sol donde viajar hacia un nuevo mundo para construir.
En el gris encontré tu verde y tú encontraste mi café; mi cuerpo encontró tu abrazo que se desvaneció entre las nubes de un día soleado. Mis pasos siguieron los tuyos y tu sombra le coqueteó a la mia mientras se tomaban de las manos sin darnos cuenta.
Escuché tu voz y mi tímpano decidió derretirse junto con mis pies. Mis silencio largos se acortaron por tus pasos cortos. Y en mi espalda iba soñando con el latir de mi corazón que se aceleraba a cada roce.
Distraida tú y habladora yo. Mi cuerpo respondía lento, tarde y desmesurado. No tuve el control, no supe tenerlo... tampoco quería. Me sentía en la luna, sin gravedad, sin tierras conquistadas, sin refugios.
Y ahí estabas tú. Tan inquita, tan perceptiva, tan exageradamente tuya.
¿Me das tu mano? ¿Quieres llegar a Plutón tan solo en un salto?
Me afirmé de tu cintura y me dejé llevar. Comprendí que te quería, que mis manos se ponían nerviosas contigo y que mis labios buscaban tu piel.
Hasta ese minuto exacto, sin sol y sin luna, sin día y sin noches, sin segundos, sin espectadores, sin animadores... sin nada pero con todo. Ese minuto en que me armé de un valor inexplicable, ese minuto donde mi mano encontró la tuya, donde mi respiración te sentía tan cerca, donde tu olor invadió mi nariz y llenaba mis pulmones de ansiedad. Fue uno, un minuto en que cerré mis ojos y dejé mi pasado atrás, convertí mis angustias en alegrías, dejé de extrañar, dejé de perder y empecé a ganar, y con los ojos cerrados vi los mil y un colores, construí un nuevo templo en mi mundo extravagante, y te dejé ahí. Te invité con los labios a un mundo más complejo como lo es el mio... y con tus labios accediste.
A eso me refiero: cuando te enamoras... cagaste.
Y si a medio camino encuentras
Que ha cambiado tu dirección
Anda y vuela que aunque me veas derrumbar
Al fin de todos siempre he de recordar
Que me diste a su tiempo tu corazón
Y seguiste tu vuelo, tu vuelo al sol
Comprendo las distintas realidades y me hago con eso un mundo bastante peculiar que se pliega entre mis manos.
Parte por parte separo sus esquinas y hago de un hermoso alfil empapelado, un simple papel lleno de letras que preferiría no leer. Te tengo frente a mi, me miras con tus ojos cafés inmensos, eternos hasta el infinito, esos ojos universales que me enredan en tus pupilas y en tus secretos que temes revelar al resto de los humanos que te rodean. Te retuerces en mi cintura y me derrito con tus pequeñas manos frías, gigantes, inestables, complicadas, dubujantes de manos, dibujantes de sueños sin fin que terminaron antes de lo que supucimos.
¿Me entiendes un poco? ¿sabes a dónde voy con esto?
Caminaste en dirección al cielo, pero el mar se interpuso en tu destino y llegamos a un vacío complejo y descontextualizado que no supimos encontrar o retornar al inicio. La rueda de la fortuna giraba dentro de mi y las nubes hacían complot para mutar en olas indomables y viciosas.
Viajamos con destino al fin del mundo y viniste a destruir mi avión de papel en el que habría, yo, de invitarte hasta estallar en nebulosas las magnificas claridades en nuestros daltónicos colores.
Mi tímpano vibra con las notas de tus recuerdos y me olvido lentamente del reflejo de tu rostro entre mis aguas. Separé el mar y pretendo caminar entre la humeda realidad para cruzar hasta donde no estés, hasta dónde tu realidad no perturbe mi existencia.
Y daré la vuelta para verte crecer ya sola, sin mi. Y yo gigante en la nimiedad comunicadora, escribiré un libro que lleve tu nombre, plantaré una rosa que cortaré cada abril y desgarrare de mi cuerpo mi sombra para que te cuide y seque las lágrimas que se escapen de tu corazón.
El olor a ti me invade y me estremece la idea de odiarte. Mas te odio porque duele.
¿Se han dado cuenta cómo la serpiente se despoja de su piel para renovar en vida las historias de su cuerpo?
Sumergí mi cuerpo bajo el ácido viento del medio día en la superficie terrestres que ardía en llamas y engañaba a los ojos humanos con pequeñás ondas y agua en la lejanía.
Respiré la sequedad de las gargantas y me hundí en los sueños deshidratados de cientos y miles de personas.
Converti un segundo en un silencio y sigilosamente aceché a mis vecinos de metro cuadrado que se desidrataban bajo el sol.
En medio de la nada escuchaba cómo las fuerzas se azotaban una y otra vez en un incansable vaiven que parecía doler en lo más profundo de sus metros bajo la realidad. La sal calaba los huesos de la tierra y blondeaba las bastas mal cocidas.
Las estrellas se reflejaban en la distacia más lejana y en la pupila de mis ojos mientras miraba en infinito.
Mi piel se desprende. Las plumas azúl rey caen a mis costados con sus diminutas franjas blancas. Mi cuerpo se despoja del tiempo y renace de un mundo nuevo. No soy Fénix, no me he incinerado ni renazco de mis cenizas. Me deshago de los viejos tormentos que mis plumas guardaban, y reparto maravillas escondidas entre cada fibra. El viento me eleva y yo, cada vez más pesada, no soy capaz de separar los pies de la tierra. Mis sueños empapados, pesados de penas y agonias no dan tregua y mi cuerpo desnudo tiembla de frío. El miedo se apodera de mi. Las soledades gritan mi nombre y al fondo de mi desvarío la victoria se refleja brillante y verde claro. El sol poderoso dibuja mi contorno en el suelo granulado y en mi reflejo veo cómo muta mi cuerpo. El viento batalla contra mis silencios y mis lágrimas -para nada curativas- hacen un camino desde mis ojos negros y perlados hasta la corniza de mis labios amarillos. Siento que desde mi interior burbujea un ente extraño y de pronto veo pequeños retazos azules surgir desde mi piel.
Vuelvo a crecer y vuelvo a ser grande. Las plumas apolilladas y viejas viajan junto a las memorias y llegan a mis antiguas maravillas y mi cuerpo estrena pelaje nuevo, brillante, sedoso y completo.
Despliego mis alas y sin esfuerzo el viento me convierte en Ícaro y planeo por los cielos.
Hasta el sol, esta vez sí que sí.
Y de quién fui solo quedan plumas. Con mis sangre enfrascada en vidrio escribirás tu historia con parte de lo que un día fui, y de lo que hoy solo queda de ella: plumas azul rey con una diminuta franja blanca.